lunes, 5 de octubre de 2009

Dulce María Loynaz


POEMA CVII

Ayúdame, Señor, a ser lo que Tú has querido que sea.
O déjame saber que no lo has querido…

POEMA LXXXIX

Para mí, Señor, no es necesario el Miércoles de Ceniza, porque ni un solo día de la semana me olvido de que fui barro en tu mano.
Y lo único que realmente necesito es que no lo olvides Tú…

POEMA LXXXXVII

Señor, no des a mis cantos el triste destino de Abisag…
Déjalos que se pierdan o se quemen en su propia llama, pero no los condenes sin fruto y sin amor a calentar huesos fríos de nadie.

POEMA XCVII

Señor mío: Tú me diste estos ojos; dime dónde he de volverlos en esta noche larga, que ha de durar más que mis ojos.
Rey jurado de mi primera fe: Tú me diste estas manos; dime qué han de tomar o dejar en un peregrinaje sin sentido para mis sentidos, donde todo me falta y todo me sobra.
Dulzura de mi ardua dulzura: Tú me diste esta voz en el desierto; dime cuál es la palabra digna de remontar el gran silencio.
Soplo de mi barro: Tú me diste estos pies… Dime por qué hiciste tantos caminos si Tú sólo eres el Camino, y la Verdad, y la Vida.

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