La mejor manera de asegurarnos de que al llegar a la muerte lo hagamos sin remordimiento alguno consiste en preocuparnos de que en el presente nos comportemos de forma responsable y compasiva con los demás.
A decir verdad, ese comportamiento obedece a nuestros intereses, y no sólo porque haya de beneficiarnos en el futuro. Tal como hemos visto, la compasión es uno de los principales factores que darán sentido a nuestra vida. Es la fuente de toda felicidad y alegría duraderas, y es el fundamento necesario para tener buen corazón, el corazón de las personas que actúan movidas por el deseo de ayudar a los demás. Por medio de la amabilidad, del afecto, de la honestidad, de la verdad y de la justicia hacia todos los demás aseguramos nuestro propio beneficio. No es éste un asunto para elaborar complicadas teorías: es un tema de elemental sentido común. Es innegable que la consideración de los demás realmente vale la pena. Es innegable que nuestra felicidad está indisolublemente unida a la felicidad de los demás. Es asimismo innegable que si la sociedad sufre, nosotros hemos de sufrir. Y también es de todo punto innegable que cuanto más afligidos se hallen nuestro corazón y nuestro espíritu por la mala voluntad, más desdichados hemos de ser. Por eso, podemos rechazar todo lo demás: la religión, la ideología y la sabiduría recibidas de nuestros antecesores, pero no podemos rehuir la necesidad de amor y de compasión. Esta es, así las cosas, mi religión verdadera, mi sencilla fe. En este sentido, no es necesario un templo o una iglesia, una mezquita o una sinagoga; no hay necesidad ninguna de una filosofía complicada, de una doctrina o de un dogma. El templo ha de ser nuestro propio corazón, nuestro espíritu y nuestra inteligencia. El amor por los demás y el respeto por sus derechos y su dignidad, al margen de quiénes sean y de qué puedan ser es, en definitiva, lo que todos necesitamos. En la medida en que practiquemos estas verdades en nuestra vida cotidiana, poco importa que seamos cultos o incultos, que creamos en Dios o en el Buda, que seamos fieles de una religión u otra, o de ninguna en absoluto. En la medida en que tengamos compasión por los demás y nos conduzcamos con la debida contención, a partir de nuestro sentido de la responsabilidad, no cabe ninguna duda de que seremos felices.
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