lunes, 1 de diciembre de 2008

Gregorio Gutiérrez González


MEMORIA DEL CULTIVO DEL MAÍZ EN ANTIOQUIA

¡Qué bello es el maíz! Más la costumbre
no nos deja admirar su bizarría,
ni agradecer al cielo ese presente,
sólo porque lo da todos los días.

El don primero que con mano larga
Al nuevo mundo el hacedor destina;
El más vistoso pabellón que ondula
De la virgen América en las cimas.

Contemplad una mata. A cada lado
De su caña robusta y amarilla,
Penden sus tiernas hojas arqueadas,
Por el ambiente juguetón mecidas.

Su pie desnudo muestra los anillos
Que a trecho igual sobre sus nudos brillan,
Y racimos de dedos elegantes
En los cuales parece que se empina.

Más distantes las hojas hacia abajo,
Más rectas y agrupadas hacia arriba,
Donde empieza a mostrar tímidamente
Sus blancos tilos la primera espiga.

Semejante a una joven de quince años,
De esbeltas formas y de frente erguida,
Rodeada de alegres compañeras
Rebosando de salud y ansiando dicha.

Forma el viento al mover sus largas hojas,
El rumor de la dulzura indefinida
De los trajes de seda que se rozan
En el baile de bodas de una niña.

Se despliegan al sol y se levantan
Ya doradas, temblando, las espigas,
Que sobresalen cual penachos jaldes
De un escuadrón en las revueltas filas.

Brota el blondo cabello del filote,
Que muellemente al despuntar se inclina;
El manso viento con sus hebras juega
Y cariñoso el sol las tuesta y riza.

La mata el seno suavemente abulta
Donde la tusa aprisionada cría,
Y allí los granos como blancas perlas,
Cuajan envueltos en sus hojas finas.

Los chócolos se ven a cada lado,
Como rubios gemelos que reclinan,
En los costados de su joven madre,
Sus doradas y tiernas cabecitas.

¡Salve, segunda trinidad bendita¡
¡Salve, frisoles, mazamorra, arepa¡
Con nombraros no más se siente hambre.
¡No muera yo sin que otra vez os vea!

Pero hay ¡gran Dios ¡ algunos petulantes,
Que sólo porque han ido a tierra ajena
Y han comido jamón y carnes crudas,
De su comida y su niñez reniegan.

Y escritores parciales y vendidos
De las papas pregonan la excelencia,
Pretendiendo menguar la mazamorra,
Con la calumnia vil, sin conocerla.

Yo quisiera mirarlos en Antioquia,
Y presentarles la totuma llena,
De mazamorra de esponjados granos,
Más blanco que la leche en que se mezclan;

Que metieran en ella la cuchara,
Y la sacaran del manjar repleta,
Cual isla de marfil que flota en leche,
Como mazorca de nevadas perlas.

Y dejando chorrear el claro
La comieran después, y que dijeran,
Si es que tienen pudor, si con las papas
Alguno habrá que compararla pueda.

¡Oh, comparar con el maíz las papas,
es una atrocidad, una blasfemia¡
¡Comparar con el rey que se levanta
la ridícula chiza que se entierra¡

Y ¿qué dirían si frisoles verdes
Con el mote de chócolo comieran,
Y con una tajada de aguacate
Blanda, amarilla, mantecosa, tierna...?

¿Si una postrera de espumosa leche
con arepa de chócolo bebieran,
una arepa dorada envuelta en hojas,
que hay que soplar porque al partirla humea?

Y la natilla...¡Oh! la más sabrosa
De todas las comidas de la tierra,
Con aquella dureza tentadora
Con que sus flancos ruborosos tiemblan...

Y tú también la fermentada en tarros,
Remedio del calor, chicha Antioqueña
Y el mote, los tamales, los masatos,
El guarrús, los buñuelos, la conserva.

Y mil y mil manjares deliciosos
Que da el maíz en variedad inmensa
Empero con la papa, la vil papa
¿que cosa puede hacerse? no comerla

A veces el patrón lleva a la roza
A los niños pequeños de la hacienda,
Después de conseguir con mil trabajos
Que conceda la madre la licencia.

Sale la turba gritadora, alegre,
A asistir juguetona a la cogienda,
Con carrieles y jíqueras terciados
Cual los peones los costales llevan.

Quién puede calcular los mil placeres
Que proporciona tan sabrosa fiesta
Amalaya volver a aquellos tiempos,
Amalaya esa edad pura y risueña.

Avaro guarda el corazón del hombre
Esos recuerdos que de niño quedan;
Ese rayo de sol en una cárcel
Es el tesoro de la edad provecta.

También la juventud guarda recuerdos
De placeres sin fin... pero con mezcla
Las memorias campestres de la infancia
Tienen siempre el sabor de la inocencia.

Esos recuerdos con olor de helecho
Son el idilio de la edad primera,
Son la planta parásita del hombre,
Que aún seco el árbol su verdor conservan.

Pero en tanto vosotros pobres socios
De una escuela de artes y de ciencia
Siempre en medio de libros y papeles
Y viviendo en ciudades opulentas.

Nacidos en alcoba empapelada
De una casa sin patios y sin huerta,
Que jamás conocisteis otro árbol
Que el naranjo del patio de la escuela.

Vosotros ¡ay! Cuyos primeros pasos
Se dieron en alfombras y en esteras
Y lo que es más horrible, con botines,
Vosotros que nacisteis con chaqueta.

Vosotros que no os criasteis en camisa
Cruzando montes y saltando cercas,
¡oh, no podéis saber, desventurados,
cuanta es la dicha que un recuerdo encierra!

Con cuál, decidme, alegrareis vosotros
De la helada vejez las horas lentas,
Si no tuvisteis perro ni gallinas
Ni disteis muerte a patos ni culebras.

No endulzarán vuestros postreros días
El sabroso balar de las ovejas,
De las vacas el nombre uno por uno,
La imagen del solar, piedra por piedra.

Las sabaletas conservadas vivas
Sirviendo de vivero una batea;
Las moras y guayabas del rastrojo,
El columpio del guamo de la huerta;

La golondrina a la oración volando
Alrededor de las tostadas tejas,
La queja del pichón aprisionado,
La siempre dulce reprensión materna;

La cometa enredada en el papayo,
Los primeros perritos de Marbella...
En fin... vuestra vejez será horrorosa,
Pues no habéis asistido a una cogienda.

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